14/12/11

Mi horma

Lo reconozco. Soy una romántica empedernida; una enamorada del amor, pero no puedo evitar sentir nostalgia por algo que ni siquiera sé si ocurrirá algún día, y es que me encanta ver a las parejas de ancianos caminando juntos de la mano y me pregunto si yo viviré algo así. La duda es: ¿lo hacen por amor o por costumbre? y prefiero no resolverla por miedo a destruir la imagen que quisiera vivir. Me pregunto si se puede llegar a conocer a una persona al cien por cien; si esas parejas que llevan toda la vida juntos se conocen ó si sólo hace falta encontrar a la horma de nuestro zapato, pues a nosotros mismos deberíamos, en teoría, conocernos bien. Me pregunto entonces si es bueno conocerlo todo y si es bueno o malo encontrarte con tu horma. La eterna duda... lo opuesto o lo semejante...

24/9/11

Edén

Ya ha comenzado la cuenta atrás. Me queda una semana de vacaciones, pero este año termino con la sensación de haber hecho muchas cosas. De hecho todas las que esperaba y más. Para terminarlas del mismo modo, esta mañana me levanté temprano y preparé las cosas para amanecer en la playa. Practicamente a solas, con los primeros rayitos de sol calentando mi cuerpo, con las olas como música de fondo y leyendo "Dime quien soy" de Julia Navarro encontré mi paraíso personal. Me pregunto si ahora mismo hay algo que me falte; algo que pudiera hacerme sentir mejor y lo dudo mucho. Tengo un trabajo estable, una casa para mi sola, una gran familia, los mejores amigos que se puedan tener y paz conmigo misma. Es una suerte vivir aquí.

31/8/11

Odio


Y pensar que por un momento pensé en romper la cuerda que me mantiene sujeta a la cordura para dejarme caer al caos en el que se convierte mi vida cuando apareces tú...
Sólo por conocer el final de una película cuya protagonista, además, no soy yo...
Lo curioso es que esta es la primera vez que no me arrepiento por dejar de hacer algo. Ni me arrepentí antes ni lo hago ahora que sé que eres igual al resto.
Mi abuela suele decir que la curiosidad mató al gato y me alegra no ser gata esta vez.
Yo cometo muchos errores y fallo a diario, pero si fallo es porque lo intento y si el resto del mundo lo sabe es porque lo hago a cara descubierta.
No miento, nunca miento. Yo soy como soy. No quiero ser más y tampoco quiero ser menos, pero hay algo que no sólo no me gusta, sino que directamente no tolero:
Odio a la gente cobarde. Odio a la gente que tiene que probar para luego elegir. Odio a la gente que se comporta de un modo diferente dependiendo de con quien esté. Odio a la gente que no ha roto un plato en su vida. Odio a la gente que miente, que humilla, que menosprecia, y vuelve preguntándose del porqué de la actitud defensiva o de la indiferencia que muestra la otra persona.
Odio a la gente que no sabe pedir perdón, pero más odio a la gente que no se arrepiente.
Y es que las abuelas son sabias y la mía siempre dice que cada uno recoge lo que siembra, y esto es lo que vas a recoger tú.

Hasta siempre

7/8/11

Mundo a la inversa



En pleno agosto y yo con los dedos de los pies congelados. Igual el tiempo se ha vuelto solidario y ha decidido apoyar mis planes de hacer el mundo a la inversa; hacer todo lo que otros no harían o de la forma más enrevesada posible.
Me preocupa lo que siento por ti porque el hecho de no poder estar contigo para no estropear lo que podría llegar a ser, ni estar sin ti después de haber estado contigo, roza lo mentalmente enfermizo.
Pesan los errores cometidos en el pasado y alejan de mi cabeza ideas donde todo está idealizado. He aprendido la lección: nadie es perfecto.
Saliendo del abismo en el que yo solita me he metido, suena de fondo "un violinista en el tejado" de Melendi y en cuestión de segundos vuelvo a caer.

"Y no lo entiendo, fue tan efímero, el caminar de tu dedo en mi espalda dibujando un corazón".

6/8/11

Presión


Debe ser la medicación que me han recetado tras la operación; debe ser el calor del verano o que se acercan los días en los que odio ser mujer, pero hoy me he levantado muy sensible.
Llevo todo el día con ganas de desahogarme, de confesar lo que hace presión aquí dentro.
Llevo días pensando en mi forma de querer. No soy una persona cariñosa. No doy besos ni abrazos ni digo "te quiero" en la medida en que debería. No me gusta el contacto ni la intimidad. No me gusta que raspen mi coraza.
Me gusta sentirme querida, pero en las relaciones de pareja todo cambia. Me gusta que quieras conocerme hasta que me conoces; me gusta que quieras estar conmigo hasta que lo estás; me gusta que te vayas hasta que no estás.
Siento que me gusta echarte de menos; que me gusta esperar a que vuelvas en la misma proporción en la que me gusta que estés conmigo y que estés siempre.
Me siento con la necesidad de confesar que aún hoy me duele dejar pasar la oportunidad y aún me aterra pensar qué pudo haber sido a la vez que me corroe la duda.
Quiero sacar el dolor de la esperanza de creer que se pueden remendar los errores. La esperanza de que te alejes al conocer cosas que no te agraden de mi por la certeza de saber que no soy lo mejor para ti.
Y una punzada en el pecho al soñar que lo que veas sea lo perfecto, con lo que siempre has soñado.
Porque me gusta jugar a ser perfecta hasta que descubro que puedo serlo para alguien.
Me gusta alejarte hasta que estás lejos y extrañarte hasta que duela el alma.

5/8/11

Sabor a dulce locura


No conozco a nadie como tú. Nadie a quien me parezca tanto y nadie que me deje ser como lo haces tú.
Pasamos de lo riguroso a lo absurdo en el mismo tiempo que empleamos para pasar de adorarnos a odiarnos.
Me pregunto qué pensaría alguien si pudiera escuchar y leer nuestras conversaciones. Si hubiera estado presente en cualquiera de esos días en los que ofrecimos funciones que iban desde la comedia hasta el drama. Como un hacker o un voyeaur no sexual que por motivos desconocidos, pero igualmente extraños, decidiera espiarnos.
Sinceramente creo que no entendería nada porque cuando hablo contigo tengo la sensación de estar hablando en clave.
Respondemos para fuera lo que el otro espera que digamos y para dentro lo que gritaríamos a los cuatro vientos, pero que tragamos porque nunca es el momento adecuado.
Porque pasamos de hacer la maratón de estupideces a tirarnos los trastos a la cabeza. Porque te quiero en la misma medida en la que te odio.

23/6/11

En movimiento


Y es que me parece increible la capacidad que tenemos para pasar de un estado de ánimo a otro totalmente opuesto en apenas nada de tiempo.
Miro atrás y veo un espacio lento y oscuro; un tiempo en el que todo daba igual, incluso el hecho de estar o no estar.
Ahora, meses más tarde, miro a mi alrededor y veo como avanza el mundo; ese motor que no para; el tren que no quiero perder esta vez, el tren de mi cordura, las riendas de mi vida.
Me siento en paz conmigo misma. Nada ha cambiado, sólo yo, y ha sido suficiente. Bastaba con dejar de pensar que algo es imposible. Quizá sea difícil, pero no imposible y así es.
Miro atrás y veo que soy yo misma la que se pone barreras; la que no se considera lo suficientemente buena o la que cree no merecerlo.
Ahora soy yo la que busca el lado positivo. La que trata de sacar provecho de todo, aún cuando de primeras parezca no tenerlo.
Me siento independiente porque ahora mismo vivo por y para mí. Si estás aquí bien, pero si no estás no pasará nada. No necesito de nadie para ser feliz.
Ahora, con el tiempo, empiezo a sentirme bien con mi cuerpo, sin complejo alguno y con mi personalidad, mostrándome al cien por cien como soy sin importarme lo más mínimo lo que piense el resto.
Me siento positiva. Con ganas de vivirlo todo y de vivirlo con la intensidad necesaria como para dar el salto de anécdota a hazaña.
Igual de prudente, de meticulosa, de responsable, de loca, y aún con ese debate sin fin que no pierde cobertura en mi cabeza, lo cierto es que me hoy siento bien.

27/5/11

Lazos


La lluvia golpeaba las ventanas recordándome con cada gota lo que iba a perderme ese día y la tarde de aburrimiento que me esperaba.
Los días así me vuelven loca. No soporto la lluvia ni el frío, y detesto la sensación de verme encerrada en casa cuando lo que quiero es estar fuera.
Estaba recitando maldiciones a los cuatro vientos cuando apareció en mi mente una de esas preguntas existenciales, de las que paralizan mi mente y no me dejan pensar en otra cosa.

¿Quién decide a qué lazos debe atarse mi cuerda?

Naces y te unen a tu familia para siempre, guste o no guste. Vas al colegio y te atas a las personas más afines, descartando al resto. Haces lo mismo en la Universidad, en el trabajo, con los amigos; y para terminar de complicarlo todo, te unes a una persona en todos los niveles hasta que el lazo se rompe.

Pero, ¿quién decide que un lazo debe unirse de nuevo?

"Te doy una canción" de Silvio Rodríguez consiguió sacarme del círculo vicioso de preguntas sin respuestas en el que había caído.
"Como gasto papeles recordándote. Como me haces hablar en el silencio. Como no te me quitas de las ganas..."

De pronto sonó mi móvil y encontré un mensaje de alguien con quien se rompió el lazo hace tiempo. Debía ser una señal o más bien una respuesta a mi pregunta.

Es el destino.

Aún cuando crees que eres tú quien hace los lazos, está fuera de nuestro alcance lo que piensa, lo que hace y lo que siente la otra persona.
Sin embargo, el destino se ha empeñado en ponerte y quitarte de mi camino tantas veces que mi cuerda está muy tensa, tan tensa que temo que termine por romperse.

Mientras tanto, bienvenido de nuevo a mi mundo.

4/2/11

Videoclips y rompecabezas

Lo reconozco: soy una tía rara, de lo más extraña.
Siempre me ocurre lo mismo. Cuando conozco a alguien me corroe la envidia sólo de pensar que esa persona vive más cosas y cosas mejores que las que me pasan a mí. Para mí todos/as son simpatiquísimos y viven la vida a tope para tener anécdotas de todo tipo que contar luego. Yo me abro muy rápido a la gente y suelo convertirme con facilidad en la confesora de todos ellos.Todos dicen que soy buena oyente y aunque sé que lo dicen como halago, he descubierto en ello mi mayor defecto social.
Cuanto más les observo, cuanto más les escucho hablar, más pienso que son unos desdichados que van caminando por la vida de puntillas; sin hacer mucho ruido para no molestar. Igual eso es lo que debería hacer yo. Dedicarme a pasar los días como mejor se pueda, sorteando problemas y comiéndome los marrones de los que no me pueda escapar. Visto así igual la desdichada soy yo. Qué ironía...
Sin embargo, yo soy de esas personas que se castigan por perder el tiempo. Me levanto pensando en lo que tengo que hacer ahora, lo que podría hacer luego y en las posibilidades que existen para mañana.
Desde siempre he sido así. Quiero hacerlo todo y quiero hacerlo ya.
Lo que me ha llevado a sentarme a escribir todo esto es el miedo, el terror, que he sentido al darme cuenta de que necesito de otras personas para hacer cualquier cosa.
Todo empezó hace un mes más o menos. Me llegó la factura del alquiler y hablando con mi madre me dijo que tenía que hacer unos recados en el centro así que le pedí que fuera al banco e hiciera el ingreso por mí. Me sorprendió su respuesta tan seca: "No. Ve tú." y de primeras sentí vergüenza por ser tan cómoda, pero lo malo vino después cuando me ví marcando el teléfono de una amiga para que me acompañara. Antes del segundo tono de llamada colgué.
Resumiendo (y para mi eso de simplificar siempre ha sido complicado) me pasé la siguiente hora discutiendo con mis otras "yo"; peleándonos por decidir el motivo de mi castigo: ¿Será por vaga?¿por cómoda?¿por depender del resto?¿o por todo a la vez?
Cogí el recibo y salí disparada rumbo al banco con intención de comerme el mundo esa misma mañana.
Entre saludo y saludo con mis vecinos me iba regañando: "Lo ves. No pasa nada por ir sola ¡Idiota!"
Estaba ya a medio camino cuando aminoré el paso. La euforia de haber vencido media hora antes a la soledad desapareció y noté el cansancio de haber hecho varios kilómetros poco menos que al trote.
Fue entonces cuando empecé con la idea que suele perseguirme en mis días más locos; eso de que todos me miran y el rompecabezas que viene luego de pensar ¿cómo sé que me miran?¿yo los miro antes o son ellos?¡ja! y para terminar de rizar el rizo me acuerdo de esa gente que cuando sale a la calle se vuelve impersonal y camina mirando al infinito sin ver nada.
Llegué al banco perdida entre mis paranoias; pagué la factura y de vuelta a casa. Esta vez con los cascos puestos y con la música en el Ipod a todo volumen, creyendo que estaba en un videoclip y que si la gente me miraba era porque estaban viendo a Lady Gaga. Lo más triste de mis payasadas es que me hacen gracia a mi misma.
Llegué a casa. Me quité los zapatos, me tiré en el sofá y respiré hondo.
¿Qué me está pasando? Ya les contare.