14/11/15

Sueños de invierno

No es que no me guste el invierno, no. No se trata del frío calahuesos ni de esa lluvia que no moja, pero empapa tanto si corres como si andas. No es cuestión de estaciones, no son los meses ni la ropa abrigada. Es cosa de este invento moderno del cambio horario.
Detesto levantarme con la sensación de llegar tarde a todas partes porque el sol se cuela por las rendijas de mi ventana. Odio tener ganas de un "ducha, cena y cama" cuando lo que en realidad quiere mi cuerpo es una merienda. Y es aquí donde está el problema: me paso los días durmiendo acurrucada, soñando. Y yo hace tiempo que me prohibí fantasear durmiendo y soñar despierta.
En una de esas siestas oscuras hice avanzar el tiempo hasta un momento que no conoceremos. Había llegado el día en el que los dos estábamos en el mismo lugar y en la misma condición. Ya no estaba uno faltando el otro ni el primero buscaba lo que tenía el segundo.
Me levanté agobiada, primero porque pensé que volvía a llegar tarde y luego porque no sabía si me había gustado soñarte. Decidí entonces hacer un "ducha, cena y cama" para despejarme u olvidarte. Y lo malo de obligarte a borrar recuerdos es que, normalmente, se graban como a fuego.
Y recordé. Recordé aquello que me escribiste alguna vez. Aquellas pocas líneas en las que confesabas no saber si te recorfotaba más que atormentaba que me colara en tu cabeza de vez en cuando mientras dormías. Aquello me halagó en la misma medida en que dolió. Quedé confusa y sin saber qué querías decir con eso. Hoy te entiendo.
Esperando a la primavera.