4/12/09

Prisma de inocencia


Esta mañana desperté con la sensación que dejan esas noches en las que llegamos tan cansados a casa que apenas nos quedan fuerzas más que para descalzarnos y entrar en coma profundo. Con la sensación de haber recibido una cura de sueño.
Aún bostezaba cuando llegué a la parada del tranvía. Sólo me faltó hacer una pataleta mental, como una niña chica, cuando ya dentro, me conciencié de que me quedaban siete horas de trabajo por delante.
Me vi obligada a esconder la cabeza entre los hombros para que nadie pudiera ver el rubor que ascendía por mi rostro tras comprobar que no quedaba ni un sólo pasajero que no me estuviera mirando y no era de extrañar, pues me estaba riendo a carcajadas yo sola al recordar una idea que vagaba por mi mente y que solía repetir mi abuelo: "Los domingos sólo trabajamos los pobres".
Me recosté en el asiento como pude y conecté el Ipod. Iba sonando Habana Blues y por un momento me dejé llevar lejos, muy lejos...quizá hasta el corazón de la propia Cuba.
Cuando conseguí alejarme de ese estado de somnolencia y abrir los ojos, me sentí observada por un enorme par de ojos negros como el azabache. No debía tener más de cinco años. Era pequeña y menuda. El pelo le caía a ambos lados y se sujetaba tras las orejas con unas horquillas verdes que contrastaban con el ópalo de su pelo.
Continuó mirándome durante un par de minutos más hasta que se sintió igual de observada por mis ojos como yo por los suyos.
Entonces apartó la mirada y fijó un nuevo objetivo: un señor que estaba sentado unos cuantos asientos por detrás del mío. Parecía ausente y dudo mucho que realmente estuviera leyendo el periódico. Como cualquier otro, cada pasajero estaba sumido en esa especie de espiral que lleva a comportarnos como autistas cuando nos encontramos con más personas en un espacio cerrado, como lo es un medio de transporte público.
Sin embargo, pasó poco tiempo hasta que el hombre se percató de la existencia de nuestra peculiar espía y le sacó la lengua a modo de gesto divertido. Por un momento creí que ella respondería del mismo modo, pero en lugar de eso, posó sus ojos en el paisaje variante que se dibujaba tras el cristal y que apenas podía entenderse debido a la velocidad.
Entonces me descubrí repleta de una envidia sana a la par que dolorosa, pues esos ojos estaban descubriendo un mundo completamente nuevo. Me pregunté cómo se vería el mismo mundo desde otros ojos y tratando de lograr algo absurdo posé mi vista en lo mismo que miraban aquellos otros:
Árbol, árbol, persona, árbol, persona, tienda, carretera, persona, árbol, mi parada... No podía ser tan simple. Quizás me esté haciendo vieja.

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