
Y estaban cayendo los últimos rayos de luz de este día cuando me senté frente a este mar que hacía tiempo no veía.
Vivo en una isla y aún así hay días en los que me privo de ver esto. Qué necesario es frenar el día a día, la rutina; el dedicarle tan sólo un segundo sin estrés a la simple visión de las olas rompiendo en la orilla.
Me senté frente a la inmensidad del océano y bauticé mi alma en silencio. Sentí la arena deslizándose bajo mi cuerpo y el agua colándose en cada poro de mi piel.
Y este mar lo cura todo. Me adentré en él y lamí mis heridas. En el agua quedaron viejos lamentos. En el espejo de este azul no se reflejan cicatrices. Estoy limpia. No siento nada. La paz se apoderó de mi ser; me siento pluma; un cuerpo mecido por las olas.
De nuevo en la arena. Me siento pluma; un alma vacía, sin penas que arrastrar ni más dolor que el de saber que mañana comienza de nuevo la rutina.